Perteneciente a una comunidad indígena, cuenta que su madre le enseñó a inspirarse en la belleza de la Naturaleza, así como en los cantos de sus ancestros. Luzmila no olvida el día en que cantó por primera vez a los 11 años. Tras dejar Qala Qala y dirigirse a Oruro para participar a un programa de radio que cada semana abría su micro a niños intérpretes. Carpio aún no hablaba castellano, y empezó a entonar las primeras notas cuando un pianista le dio la tonalidad. Duró poco. “¡Eso lo cantan los indios! ¡vuelve cuando sepas cantar en castellano!”, le gritó el hombre. Carpio abandonó el estudio, llorando pero decidida a volver a intentarlo al domingo siguiente. El pianista ignoraba que acababa de gritar a una niña que se convertiría en una de las figuras más destacadas de la música boliviana sin cantar en español, sino en el idioma de sus ancestros: el quechua.
“Los indígenas siempre hemos sido marginados por nuestras lenguas, por nuestra manera de pensar, nuestra espiritualidad y más que todo por pertenecer a una cultura distinta”, explica Carpio. La artista, que jamás quiso cortarse sus dos largas trenzas negras y renunciar a lucir la ropa típica de su región natal, siempre tuvo muy claro que ella no sería una víctima más. Lucharía por defender su identidad. Su madre, que trabajó resignada desde muy pequeña en las minas de oro y de estaño de la región de Potosí para criar a sus dos hijos, solía empujarlos para que hicieran lo que realmente deseaban. “Yo siempre pensé: un día voy a contar lo que nosotros somos”, recuerda Carpio, que en aquel entonces aún ignoraba que lo haría a través del canto. “Desde que nacemos, escuchamos cantar a nuestras madres, nuestras abuelas”, explica, “la música es fundamental. Forma parte de nuestro culto a la madre tierra, la que nos da de comer, la que nos da todo. Es nuestra diosa”.
El culto a la Pachamama es el que hoy alimenta el inmenso repertorio de la cantautora, cuya peculiar voz, casi sin edad, imita a la perfección el canto de los pájaros. “He cogido prestadas las melodías de las aves del altiplano”, explica. “Nos traen mensajes y sabemos interpretarlos. Siempre dialogué con ellas”, cuenta orgullosa. Un sentimiento que sintieron millones de bolivianos en 2006 cuando, después de haber alcanzado la notoriedad en Francia donde reside desde 1979, Carpio, invitada a cantar en la toma de posesión de la presidenta chilena Michelle Bachelet, interpretó El canto a la gaviota. Una obra en la que su voz imita el vuelo del ave marina para expresar el anhelo del pueblo boliviano por recuperar la salida al mar que perdió hace 135 años tras ser derrotado por Chile en la Guerra del Pacífico.
Carpio nunca dejó de acompañar y apoyar las reivindicaciones de los pueblos originarios. En 1990 prestó su voz y sus textos a un programa de UNICEF Bolivia destinado a la alfabetización de las poblaciones indígenas en sus idiomas nativos. Las cintas del proyecto Yuyay Jap´ina (recuperar nuestro conocimiento) fueron distribuidas gratuitamente en 250 pueblos del altiplano.
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